martes, 28 de septiembre de 2010

Práctica 3: bodegón


Buscando composiciones para  ésta práctica de bodegones me percaté de las múltiples convinaciones que me rodeaban sin haberlo buscado. Cuando llegé a la huerta de mi abuela me sentía como en un enorme bodegón; todo estaba decorado de forma que te transmitía tranquilidad y paz.
La caseta de mi abuela está junta a Noaín en una urbanización de casetas organizada en calles paralelas. Como la mujer está mayor apenas va a cuidar su parcela; sólo cuando le podemos llevar mis padres o yo.
La pequeña parcela tiene una caseta y un gran jardín en el que los árboles plantados simulan un bosque. Los manzanos, perales y demás árboles frutales decoran la parcela con su presencia y colores. La parcela está separada del terreno vecino mediante una pared de rocas. En un pequeño agujero de esa pared vive una familia de gatos que se comen toda la fruta que alcanzan. Este pequeño ecosistema que se ha creado se complementa con nuestra presencia y admiración. Los pequeños gatos se pasean por el verde césped como si fuese suyo; trepándo por todas partes. Todo el conjunto hace que la huerta parezca un pequeño bosque de fantasía; un Edén en el que los  cuatro gatos del hueco disfrutan con los cuidados de mi abuela. Así pues, mi familia cuidará ese pequeño jardín mágico después de que mi abuela ya no pueda cuidar de los gatos.





sábado, 18 de septiembre de 2010

Práctica 2: mercado

 
Recuerdo cuando era poco más que un bebe y mi madre me llevaba al mercado. Como mi madre era una habitual allí todo el mundo le conocía. Mientras ella hablaba con sus amigos, yo esperaba aburrida a que mi madre cambiase de puesto y miraba lo que me rodeaba. Los sábados por la mañana es habitual ver a niños pasando el aburrimiento de su vida en los mercados y tiendas del país. Los bebés, que apenas entienden lo qué pasa, disfrutan con los paseos y la variedad de colores y formas. Los mayores tienen la mala suerte de tener que vigilar el carro de la compra y; los colores y formas se le hacen eternamente monótonos.
Cuando fuimos a hacer esta práctica comparé mis sábados de niña con los de ahora. Me alegró saber que la cercanía que desprendían los vendedores todavía estaba impregnada en el ambiente y no había sido sustituida por un trato formal y distante. En realidad los cambios que se habían producido eran escasos pero significativos. Muchos de los comercios se cerraron dejando un largo pasillo de soledad en la segunda planta. Un Caprabo había sustituido a la antigua tienda de regalos y las bayas de goji  estaban por todos lados. La imagen de madres acompañadas de niños ha sido sustituida por padres y abuelos que ayudan a la familia como pueden. La entrada de la mujer al mundo laboral y la actual crisis ha ampliado las posibilidades de que los niños aprendan más de sus mayores (sus abuelos, que tienen más años y por lo tanto más experiencia que los padres).
Algo que también abundaba en el mercado este sábado fue la presencia de nuestras cámaras. La cantidad de cámaras fotográficas que pululaban por el establecimiento llamó la atención de todos. Más que preguntarles nosotros a ellos; ellos nos preguntaban a nosotros. Un hombre me vio con la cámara y empezó a exclamar mientras señalaba a su hijo: “¡sácale a este!, ¡sácale a éste!, ¡que es el más guapo de Pamplona!”. El niño se moría de vergüenza y se escondía detrás de la silleta. Una vendedora me preguntó con curiosidad qué estábamos haciendo. Cuando le expliqué la situación, la vendedora y yo estuvimos charlando sobre sus productos. En su escaparate, algo que parecía una luz redonda morada “escupía” humo de vez en cuando. El diseño futurista del humificador me llamó tanto la atención como a un niño que pasó en los brazos de su padre y miraba todo con ilusión.
Miré las fotos que había sacado a lo largo de la mañana. El relejo de la infancia en ese mercado había quedado plasmado en mi cámara; pero esta infancia al fin y al cabo no era tan diferente a la mía. Lo bueno no cambia porque no le hace falta. Lo único que necesita es moldearse a cada situación y época. Por eso el mercado ha cambiado tan poco desde mi niñez.

 

domingo, 5 de septiembre de 2010

Práctica 1: árbol


El suelo parecía querer llegar a las manzanas del árbol con ayuda de las enredaderas. Las ramas del árbol, cuyos colores recordaban a los de una jirafa a la inversa, se agitaban con el viento como si quisieran agarrar a Noah. Desde niño Noah había contemplado el hipnótico movimiento que zarandeaba los frutos como ofreciéndoselos. Hoy Noah todavía contempla el árbol desde la misma ventana de su casa; ya que cuando sus padres se fueron a vivir fuera de Oxford se la dejaron.
Eran las diez de la noche cuando Freddie llegó con su correspondiente cargamento de amigos y bebidas para comenzar la fiesta. Cuando Freddie se enteró de que Noah iba a vivir solo se instaló en una de las habitaciones. Era más un okupa que un amigo, pero era buena gente.
-¿Sabes lo que le hace falta a ese árbol tuyo? unas cuantas luces en plan Navidad para darle vida a este sitio, porque la verdad, si no estoy yo esto es bastante deprimente- dijo Freddie esperando la risa fácil de la gente.
-¿No crees que tiene suficiente con las manzanas?- preguntó Noah mostrándose apático ante esa idea. La vida le parecía gris, en eso tenía razón Freddie, pero esa no era una razón suficiente para disfrazar el árbol.
Sin mediar palabra, Freddie cogió las llaves de su coche, abrió la puerta y se fue. El motor sonaba mientras se alejaba. Nadie sabía donde se había metido, y tras media hora de espera y unas cuantas copas, la fiesta se fue olvidando de Freddie. Sólo en el momento en el que se fue la luz de la casa Noah se volvió a acordar de él. Tras la oscuridad, la gente en el interior de la casa fue cegada con unos focos sin saber qué pasaba. Cuando el descontrol y el miedo parecían estar conquistando la casa, los focos se apagaron y la puerta se abrió.
Noah salió el primero, inquieto mientras los demás le seguían unos pasos por detrás. En el patio, el árbol brillaba iluminado por un montón de luces de Navidad y decorado con las primeras chorradas que Freddie había encontrado. Una máscara de lucha mexicana descansaba en la rama más grande acompañada de un palo de hockey y un osito de peluche.El suelo parecía querer llegar a las manzanas del árbol con ayuda de las enredaderas, pero Freddie le ganó.