sábado, 18 de septiembre de 2010

Práctica 2: mercado

 
Recuerdo cuando era poco más que un bebe y mi madre me llevaba al mercado. Como mi madre era una habitual allí todo el mundo le conocía. Mientras ella hablaba con sus amigos, yo esperaba aburrida a que mi madre cambiase de puesto y miraba lo que me rodeaba. Los sábados por la mañana es habitual ver a niños pasando el aburrimiento de su vida en los mercados y tiendas del país. Los bebés, que apenas entienden lo qué pasa, disfrutan con los paseos y la variedad de colores y formas. Los mayores tienen la mala suerte de tener que vigilar el carro de la compra y; los colores y formas se le hacen eternamente monótonos.
Cuando fuimos a hacer esta práctica comparé mis sábados de niña con los de ahora. Me alegró saber que la cercanía que desprendían los vendedores todavía estaba impregnada en el ambiente y no había sido sustituida por un trato formal y distante. En realidad los cambios que se habían producido eran escasos pero significativos. Muchos de los comercios se cerraron dejando un largo pasillo de soledad en la segunda planta. Un Caprabo había sustituido a la antigua tienda de regalos y las bayas de goji  estaban por todos lados. La imagen de madres acompañadas de niños ha sido sustituida por padres y abuelos que ayudan a la familia como pueden. La entrada de la mujer al mundo laboral y la actual crisis ha ampliado las posibilidades de que los niños aprendan más de sus mayores (sus abuelos, que tienen más años y por lo tanto más experiencia que los padres).
Algo que también abundaba en el mercado este sábado fue la presencia de nuestras cámaras. La cantidad de cámaras fotográficas que pululaban por el establecimiento llamó la atención de todos. Más que preguntarles nosotros a ellos; ellos nos preguntaban a nosotros. Un hombre me vio con la cámara y empezó a exclamar mientras señalaba a su hijo: “¡sácale a este!, ¡sácale a éste!, ¡que es el más guapo de Pamplona!”. El niño se moría de vergüenza y se escondía detrás de la silleta. Una vendedora me preguntó con curiosidad qué estábamos haciendo. Cuando le expliqué la situación, la vendedora y yo estuvimos charlando sobre sus productos. En su escaparate, algo que parecía una luz redonda morada “escupía” humo de vez en cuando. El diseño futurista del humificador me llamó tanto la atención como a un niño que pasó en los brazos de su padre y miraba todo con ilusión.
Miré las fotos que había sacado a lo largo de la mañana. El relejo de la infancia en ese mercado había quedado plasmado en mi cámara; pero esta infancia al fin y al cabo no era tan diferente a la mía. Lo bueno no cambia porque no le hace falta. Lo único que necesita es moldearse a cada situación y época. Por eso el mercado ha cambiado tan poco desde mi niñez.

 

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